¿Cómo es eso? Parece ilógico. Los impuestos no son sino un medio para enriquecer al Estado, para las obras públicas, para…
Esperen un poco, que aún no han leído la explicación.
En esta entrada, vamos a hablar un poco de la situación del país más pequeño de Europa (sin contar, por supuesto, al Vaticano), y cómo es posible que se haya dado un hecho como el que dice el titular. Pero para eso, veremos en estos X pasos, cómo fue desarrollándose la riqueza de este país.

1. El Gran Ducado de Luxemburgo

Este país, por mucho que remonte su existencia a la era del Imperio Romano, comienza a consolidarse propiamente tal desde la llegada de la Casa de Luxemburgo, una familia noble de la era medieval, relacionada con el Sacro Imperio Romano Germánico (del que podríamos hablar en otra entrada).
Pero claro, en ese entonces Luxemburgo no era sino un condado, el cual resultó ser disputado por la corona de varios países, entre los cuales podríamos contar a Prusia (parte de la actual Alemania), Bélgica u Holanda.
Finalmente, en el año 1460, Prusia venció sobre Holanda y le arrebató Luxemburgo. Así, pasó a manos de la Casa de Habsburgo.

De ese modo, estuvo subyugado al imperio alemán (que era una confederación de estados independientes, pero con tratados económicos-comerciales entre ellos), hasta que, prontamente, pasó a formar parte también de la Confederación alemana.
No importando que fuese tan solo un condado prusiano, Luxemburgo comenzó a comercializar a la par con los otros países alemanes. Y así, fue in crescendo su economía.
Sin embargo, en su calidad de Ducado, fue anexionado al imperio francés. Y de ese modo, Luxemburgo pasó a manos del gran Napoleón Bonaparte, quién le cedió el título de duque de Luxemburgo al monarca Guillermo I de Orange. Sin embargo, lo que ocurrió en 1815 fue… Waterloo.
Sí, así es: Napoleón perdió, ante el general Wellington, todo el poder que había amasado con sus conquistas. Exiliado en la isla Santa Elena, fue derrocado, resultando, por así decirlo, “rematadas” todas sus posesiones.
¿Y a quién, se preguntarán, es que le correspondió este lugar? Por supuesto, a sus antiguos gobernantes: Prusia.
Rebelión e independencia
¿A quién, acaso, le gusta ir pasando de mano en mano? Supongo yo que a nadie. A los luxemburgueses, al menos, no.
De esa manera, se empezó a gestar un proceso independentista, que culminó en la formación de un gobierno independiente (que el resto de los países no reconocía). Finalmente, al comenzar la Primera Guerra Mundial, Alemania se quedó con esta “tierra de nadie”, la cual acabó de estar en su dominio con el Tratado de Versalles.
Luxemburgo firmó con Francia y Bélgica el tratado de Benelux, consolidando su independencia (con una monarquía que sigue hasta el día de hoy).
El descubrimiento del hierro
Ahora, hablemos de lo que nos atañe: economía. Cuando a mediados del siglo XIX (aún siendo un país no reconocido, al menos, por las grandes potencias), se descubre que existía en sus tierras abundancia de hierro, comienza el despunte económico.

Sobre la tasación de impuestos
De ese modo, empezaron a varias las fijaciones tributarias en aquel país. Y, cuando los holdings (grupos de empresas asociadas, algo así como un consorcio) aún no estaban tan diversificados ni eran masivos del todo, el Estado de esta nación decidió legislar a favor de esta (casi meramente) idea. Es decir, que los holdings de empresas tuviesen menor cantidad de impuestos.
¿Y por qué?
Pues… querían innovar, marcar algún distintivo en el cual consolidaran su mínima presencia en Europa. Su existencia a lo largo del tiempo como un ducado reducido a nada, pasando de mano en mano de país en país. No les bastó, por tanto, ser presidentes de la OTAN (cosa de la que podremos hablar también en otra entrada), ni mucho menos crear, es decir, FUNDAR la Comunidad económica europea (CEE). No. Ellos querían ser una especie de “paraíso fiscal” donde todos quisieran invertir.
¿El resultado?
Obviamente, en el resto de los países del mundo esto se vio como una oportunidad. La empresa Amazon, por ejemplo, entre muchísimas otras, se ubicaron como sede en Luxemburgo. La gente iba de otros países europeos (generalmente limítrofes) a trabajar allí. El ingreso per cápita se disparó. El IPC, de ese modo, también. Las ofertas laborales eran increíbles.
Pero… si la central de una empresa se encontraba ubicada en Luxemburgo, no significaba que no podía tener “sedes” en otros lados. Y ahí, se suponía que los impuestos se debían pagar al respectivo país. Sin embargo, lo que hacían (¿astutamente?) era pedir préstamos gigantescos a la central, lo que les evitaba tributar (porque, en teoría, tales préstamos los llevarían a la bancarrota), y luego simplemente se los devolvían.
El fin a la evasión
George W. Bush, en su gobierno, declaró esto ilegal. Empezó una campaña para poner fin a esta forma de evasión de impuestos, la cual dio resultado efectivo.

¿Y nuestro Luxemburgo? Pues… aquí vamos.
Luxemburgo, hoy
Al parecer, el hecho de que tantas inversiones se hayan llevado a cabo en este país, resultó que favorecieron enormemente los ingresos. Ahora, las exportaciones de hierro son de un nivel bastante elevado, y lidera Europa en calidad de vida.
¿Conclusión? No necesariamente hay que ser un santo para tener buenos resultados, o dinero… o eso, al menos, es lo que escuché por ahí.