Siento la necesidad de hablar de un país en el que jamás he pisado, ni conozco a nadie que habite allí. Pero, ¿saben qué? Siento que podría perfectamente andar por sus ciudades, por Zagbrek y Osijek, saludar a la gente con una sonrisa (como hacemos los huasos rancagüinos) y estar a gusto. Creo que tengo demasiadas cosas en común con ese país, con su historia, sus caídas y maneras de levantarse. De alzar una mano, decir “todo estará bien, no se preocupen, seguiremos adelante”.

Hablemos un poco, entonces, de la historia de este país.
Antes de la primera guerra mundial, estaban los conflictos imperialistas entre las potencias europeas. A principios del siglo XX teníamos, o ellos tenían, mejor dicho, una lucha silenciosa de todos contra todos. Cada uno, Inglaterra, Alemania, Rusia (la Gran y Santa Rusia), Italia (en su medida), Austriahungría, Francia… cada uno quería hacerse con el poder.

Algo así, más o menos.
Dentro de ellos, estaba Austriahungría, siendo Austria el único pueblo germano que no se había unificado junto con los demás, sino que, para darse poder, se anexionó a un país con el que no compartía absolutamente nada en común: Hungría.
Así, los germanos vieron alzarse este imperio mutante, el imperio Austro Húngaro.
No voy a hablar de la primera guerra mundial (lo podría dejar para otro post, es un período muy interesante) pero solo diré esto:
Cuando la triple entente (Inglaterra, Francia, EEUU y, al último, Italia) venció a la triple alianza (Alemania, Austria-Hungría y Turquía, o bien, el denominado imperio turco otomano), se comienza a desatar el caos.
Siendo breves: los imperios vencidos se desarmaron. Se destruyeron, hicieron mil pedazos.
Y hablemos, ahora, del ya varias veces mencionado Imperio Austrohúngaro.
Se dividió en una serie de países, entre los cuales se cuenta Yugoslavia. Los habitantes esbozaron una sonrisa disimulada. A pesar de haber de haber sido derrotados, lograron su mayor objetivo: independizarse de la opresión austríaca. Al fin y al cabo, por eso había sido que comenzó la Gran Guerra.
Pero eso es otro tema.
Sin embargo, aún Yugoslavia era demasiado imperial para el pequeño pueblo costero. Los croatas deseaban emancipación, una de esas victorias que los franceses gritaron alguna vez con júbilo, o los norteamericanos, o bien, los pueblos de América Latina.
Todo eso se lo planteaban de cara al mar Adriático. Mirando al horizonte. Hacia el futuro, por donde venían acercándose una serie de tanques, búnkers y convoyes de guerra.
En 1924, Croacia pasó a ser una nación independiente y centralista. Se miraban los ojos a otros, sin poder entender bien qué era aquello, cómo era posible que Dios, por una vez en la vida, les haya hecho un favor. Que Dios les hubiese traído sus sueños hechos verdad, y que el Cielo mismo les hubiese sonreído.

Llega la segunda guerra mundial, en el año 1939. Este estado, ya independiente, pasa a ser invadido por el ejército nazi. Pasaron unos cuantos años de guerra, de temor y miedo, junto con el resto del continente. No había nada que los distinguiese de sus hermanos polacos, holandeses, ni siquiera de los húngaros o los austríacos. Eran los mismos pobres mendigando comida, escondiéndose en los subsuelos para protegerse de los bombardeos, y mirar al cielo con terror. De cuando en cuando, la Lufftwaffe pasaba, descendía, y hacía estallar los edificios.
Finalmente, la guerra llegó a su fin, y Yugoslavia volvió a conformarse de su pequeños hijos pródigos. Todo bajo el amparo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Croacia, entonces, estaba regida por el partido comunista Yugoslavo, a cargo de Josip Broz Tito, hijo de un croata y una madre eslovena.
Llamémoslo simplemente Mariscal Tito. O Tito, a secas. Él fue uno de aquellos que constituyeron la segunda Yugoslavia, como un país socialista.
Así es. Del nazismo pasaron a soportar el dolor del socialismo. La falta de comida seguía existiendo, esta vez, incluso, acentuándose. ¿Violaciones a los derechos humanos? en este tiempo era pan de cada día. O mejor dicho, siempre lo fue. Desde los deseos socavados de independencia, hasta los horrores de la guerra, pasando por los horrores del nazismo y acabando en esto.

No fue sino hasta la caída de la URSS, en los principios de los años 90, cuando este sufrimiento llegó a su fin.
Croacia era libre.
Tendría una democracia.
Podría alzar la voz, como William Wallace, y gritar “Freedom!” a su antojo.
Quizá los croatas sacaron el segundo lugar en el mundial de fútbol. No ganaron. Perdieron, podrán decir. Pero la verdad es que hoy, las victorias deberíamos contarlas de otro modo. Describir el triunfo de una nación a partir de once hombres corriendo tras un balón, es parcial. Hay más. Siempre hay más.
Croacia sacó adelante a su patria, a su pueblo sufriente por las guerras y las tiranías.
Eso, para mí, es triunfo y victoria gloriosa.
¿Y tú? ¿Qué opinas?