Voy recién pasada la página 500 y algo. El libro tiene cerca de las mil, y es francamente excelente. Nunca creí, de hecho, que una novela sin apenas diálogos pudiese ser tan buena. Aunque en parte también se explica porque no es precisamente una carencia de diálogos lo que posee, sino más bien una estructuración de los mismos de una forma distinta. En otras palabras, Paul Auster quiso innovar un poco en la ya tan trasquilada teoría literaria.
Comienza con una escena tragicómica. Un inmigrante llega a Estados Unidos sin saber otro dioma más que el yidis. Le pregunta a un conocido cómo ha de llamarse él en esta nueva tierra.
Di que te llamas Rockerfeller, le dijo. Así no podrás equivocarte.
Pero al buen hombre se le olvidó, y cuando fue su turno en la inscripción de la aduana, soltó en yidis “¡se me ha olvidado!”, o algo así, algo que sonaba más o menos como “Ichabold Ferguson”. Ese pasó a ser, entonces, su nuevo nombre.
Cuenta, de este modo, la historia de la familia Ferguson. Principalmente, de Archie, el nieto de Ichabold. De un chico que crece en Nueva York, descubriendo el mundo, su mundo, y comprendiendo que no todos se mueven de la forma que deberían. Que las cosas a veces no tienen, necesariamente, un por qué, sino que son. Simplemente son. Que los padres se mueren a veces, que las novias te botan y parten a Bélgica tras un intento de suicidio, que los amigos traicionan.
Me gustaría decir que es una historia conmovedora, pero sonaría muy a comentario editorial. Mejor decir que el libro es bueno, que lo recomiendo.