
Política. Pienso en esa palabra, y muchas veces con ello no pienso en nada; se me llena la cabeza de un vacío inexorable y triste, como si la política, de por sí, fuera un agujero absolutamente hueco. Otras veces, no obstante, lo asocio con la farándula; con los canales mediáticos y sensacionalistas llenos de luces y discursos condescendientes, hacia una “chusma” ya cada vez menos querida. ¿Qué es un político sino un sujeto que se sienta frente a cámaras de televisión a hablar burradas y sin sentidos? Títulos que gritan por atención periodística, parodias, programas matutinos y periodistas haciendo preguntas banales. Dobles estándares. Pero, francamente, no le tengo nada en contra realmente al doble estándar; prefiero a Joaquín Lavín, así tal como está, por dar algún ejemplo de político pseudo-centrista; que anda pegando calcomanías de hombrecitos en los semáforos para celebrar el orgullo gay —mientras defendía a rajatabla al gobierno militar, al menos hasta que dejó de convenirle—, antes que llegar preferir a un sujeto como José Antonio Kast. Sí, es cierto, la política está farandulizada y convertida en un circo mediático, donde cada uno compite por ser el más “buena onda” y simpaticón, pero ¿es eso realmente perjudicial para el país, o acaso necesitamos al ideal portaliano para crecer?
Voy a adelantar mi opinión desde ya: no hay absolutos, siempre se puede llegar a un punto intermedio entre un extremo y el otro. No podemos someter a la política nacional a un caos absoluto, a un baile constante y onírico donde al ritmo de cierta música tropical todos pretenden cogerse —y en efecto, leyeron bien— al populacho mediante una sonrisa bonita y buena pinta. Pero tampoco es posible aplastar bajo la suela de los zapatos del Estado, que vendrían siendo uno de esos bototos de trabajo, pesados y duros, al resto de la población, constreñida bajo el pulso de una doctrina totalitaria.

Kast es un ejemplo de la imposición. Pero es una imposición adecuada a los tiempos modernos, la que intenta vender con una sonrisa en la boca, con un tono amable y comprensivo, con suavidad y maneras calmadas: “¿pero cómo no vas a votar por mí, si quiero lo mejor para ti?”, podría preguntar, suavemente, con una tranquilidad absoluta y contagiosa, de tanto en tanto exasperante; de tanto en tanto que apacigua. Pero Kast no es un hombre tranquilo, para nada. Es la representación del orden autoritario, de la estructura y la rigidez, sin ánimo de otorgarle a ello ningún juicio de valor. Los países crecen, al menos en cuanto a lo económico, si es que se tiene un gobierno ordenado y fuerte. Y lo económico también incide en lo social; abre oportunidades, mejora vidas. Sin embargo, aquí existe otro tema. ¿Dónde van quedando las libertades individuales? ¿La expresión, por ejemplo? ¿O el amor, cuando no es heterosexual? ¿O la familia, que tanto protege nuestra Constitución, en el caso de que no sea la convencional?
“En el gobierno militar se hicieron
muchas cosas por los derechos humanos de otras personas. Cuando yo
hablo de mejorar la salud, cuando hablo de la calidad en la educación, cuando
hablo de mejorar la economía, también estoy viendo como resguardo la calidad de
vida de las personas, que también -en alguna medida- son derechos humanos
positivos”
José
Antonio Kast
Si se quejan de que nuestra política es un asco, de que somos unos payasos, pensemos también por quiénes queremos reemplazarlos. Quiénes serán los gestores de la administración del país, de todo el país. Y por eso es, precisamente, que me estoy reencantando con el cinismo.
En Chile opera la tan criticada política de la retroexcavadora. Un partido, un sector, un gobierno levanta una empalizada de ideas y proyectos; concreta algunos, establece otros para que se sigan a continuación, pero apenas asume el gobierno siguiente (por lo general, de oposición) lo destruye todo. Al diablo con lo que ya se armó.
Acá necesitamos, por tanto, gente que logre calmar las aguas por ambos lados. Que concilie las fraguas del pasado, que tranquilice los batallones en pos de combate que están armándose frente a frente, y que gobierne en medio del caos no para un partido, sino que para Chile. Y como todos estamos sesgados por alguna idea política, y siempre tendremos alguna convicción ideológica empañando nuestra mirada, entonces no queda otra que hacer caso omiso a aquellos pensamientos propios, y actuar de un modo centrado e imparcial. Es decir, hay que ser un cínico de porquería.
No tiene que ver con esto, pero quería dirigirme a usted para decirle que si nota sobre la ”literatura basura” me parece justamente una basura, carente de contenido, usted utilizó el ejemplo de King y déjeme decirle que hay muchísimas de sus novelas llenas de recursos literarios, y déjeme decirle que una novela no tiene que aportar algo a su vida…La fantasía evoca mundos que tieneno sus propias reglas, eso tiene que ver con el verosimil. Saludos.
Me gustaMe gusta